Sin con dolencias,
ni protestas puedan hacer,
que frenen.
El trasiego de los ríos.
Y en las variadas,
y sombrías montañas,
la arboleda.
Se balancea con su hechizo.
Se entregaron al oír su llanto,
los firmes abetos,
y las piedras frías.
Sin menos caso que los míos,
cayeron.
Cayeron del reino de los miedos.
A mí gran corazón.
Corazón endurecido.
José Manuel Sirgo Gallardo
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